Por si me faltaba algo para es-tar absolutamente convencida que detrás de las manifestaciones blancas hay un grupo de titiriteros, ahora no me cabe la menor duda. Seguramente hay quienes participan con el genuino deseo de pedir justicia y que cese la impunidad; sin embargo, sus organizadores y los “líderes” que dicen representarlos esconden intereses oscuros y muy concretos.
El sábado fui con mi familia a comer a un restaurante de la capital. A mitad de la comida entró en el salón Giovanni Fratti, de quien los medios dicen ser “uno de los organizadores” de las manifestaciones de la Plaza Italia. Fratti se sentó en una mesa justo detrás de la mía y empezó a alzar la voz, para que pudiéramos escuchar claramente lo que decía.
Al principio se refirió a la farsa montada por el Gobierno con la gripe A para no permitir que la gente acuda a las manifestaciones. “Esa casaca que metió el Gobierno con la gripe A”, “¿Dónde están los enfermos?, ¿Por qué no los enseñan? No había tantos casos y de repente aparecieron 80”, decía. Poco más tarde, los comentarios fueron subiendo de tono. “Vamos a cambiar este país a sangre y plomo”, “Vamos a revivir la mano blanca… pero no va a ser solo una mano, va a ser una cubeta”, “Vamos a revivir a Jaguar Justiciero”, refiriéndose a dos de los escuadrones de la muerte que torturaron, violaron, asesinaron, secuestraron y desaparecieron a mucha gente durante la guerra sucia. “Los de la Marroquín somos rojos, rojos, rojos”, dijo después, mientras hacía alusión a que habría que llevar siempre una pistola 45 en la cintura. Ante tanta barbaridad, optamos por no caer en la provocación, terminar tranquilamente de comer y pagar la cuenta. Cuando salíamos del salón, dijo alzando la voz: “Esa que es de la guerrilla”.
Por la gravedad de sus palabras y todo lo que éstas implican, decidí escribir esta columna y dejar constancia de lo que piensa y manifiesta en voz alta un “joven” que lidera las manifestaciones para pedir justicia y seguridad. ¿Cuál es la justicia que pretende Fratti, la que dizque aplicaron los escuadrones de la muerte que él quiere revivir? ¿A cuál seguridad se refiere, a la de las desapariciones ilegales y forzadas contra quienes piensan diferente? ¿Qué se puede esperar de gente liderada por semejante individuo que evoca lo peor de la guerra sucia y vocifera que a este país solo se le cambia a sangre y plomo?
En cualquier país del mundo que se precie de ser democrático, evocar el terrorismo y hacer apología del delito y del genocidio merece pena de cárcel. Aquí, quienes lo hacen permanentemente, incluso desde espacios en medios de comunicación, están acostumbrados a que no pase nada: amenazan, difaman, insultan, provocan, acusan y todo sigue igual, amparados en una malentendida libertad de expresión. Y eso es justamente lo que hizo el sábado pasado Giovanni Fratti. Flaco favor para quienes integran un movimiento que dice pedir “seguridad y justicia”. Grave error pensar que los gritos y las amenazas son suficientes para que alguien agache la cabeza y se calle.
Ya va siendo hora de que los demócratas guatemaltecos —sus representantes en el Parlamento, sus dirigentes sociales, culturales y políticos y las organizaciones progresistas— tomen la iniciativa de hacer frente unitariamente a esta ola de crispación en la que están instalados los sectores más reaccionarios del país. Las amenazas y ataques a la institucionalidad democrática, a la reforma fiscal y a las políticas de beneficio para los sectores marginados no son casualidad. Hay gente interesada —y mucho— en que Guatemala siga apareciendo en todos los récords de catástrofes y calamidades. A ellos les viene muy bien preservar el estado actual de las cosas
El sábado fui con mi familia a comer a un restaurante de la capital. A mitad de la comida entró en el salón Giovanni Fratti, de quien los medios dicen ser “uno de los organizadores” de las manifestaciones de la Plaza Italia. Fratti se sentó en una mesa justo detrás de la mía y empezó a alzar la voz, para que pudiéramos escuchar claramente lo que decía.
Al principio se refirió a la farsa montada por el Gobierno con la gripe A para no permitir que la gente acuda a las manifestaciones. “Esa casaca que metió el Gobierno con la gripe A”, “¿Dónde están los enfermos?, ¿Por qué no los enseñan? No había tantos casos y de repente aparecieron 80”, decía. Poco más tarde, los comentarios fueron subiendo de tono. “Vamos a cambiar este país a sangre y plomo”, “Vamos a revivir la mano blanca… pero no va a ser solo una mano, va a ser una cubeta”, “Vamos a revivir a Jaguar Justiciero”, refiriéndose a dos de los escuadrones de la muerte que torturaron, violaron, asesinaron, secuestraron y desaparecieron a mucha gente durante la guerra sucia. “Los de la Marroquín somos rojos, rojos, rojos”, dijo después, mientras hacía alusión a que habría que llevar siempre una pistola 45 en la cintura. Ante tanta barbaridad, optamos por no caer en la provocación, terminar tranquilamente de comer y pagar la cuenta. Cuando salíamos del salón, dijo alzando la voz: “Esa que es de la guerrilla”.
Por la gravedad de sus palabras y todo lo que éstas implican, decidí escribir esta columna y dejar constancia de lo que piensa y manifiesta en voz alta un “joven” que lidera las manifestaciones para pedir justicia y seguridad. ¿Cuál es la justicia que pretende Fratti, la que dizque aplicaron los escuadrones de la muerte que él quiere revivir? ¿A cuál seguridad se refiere, a la de las desapariciones ilegales y forzadas contra quienes piensan diferente? ¿Qué se puede esperar de gente liderada por semejante individuo que evoca lo peor de la guerra sucia y vocifera que a este país solo se le cambia a sangre y plomo?
En cualquier país del mundo que se precie de ser democrático, evocar el terrorismo y hacer apología del delito y del genocidio merece pena de cárcel. Aquí, quienes lo hacen permanentemente, incluso desde espacios en medios de comunicación, están acostumbrados a que no pase nada: amenazan, difaman, insultan, provocan, acusan y todo sigue igual, amparados en una malentendida libertad de expresión. Y eso es justamente lo que hizo el sábado pasado Giovanni Fratti. Flaco favor para quienes integran un movimiento que dice pedir “seguridad y justicia”. Grave error pensar que los gritos y las amenazas son suficientes para que alguien agache la cabeza y se calle.
Ya va siendo hora de que los demócratas guatemaltecos —sus representantes en el Parlamento, sus dirigentes sociales, culturales y políticos y las organizaciones progresistas— tomen la iniciativa de hacer frente unitariamente a esta ola de crispación en la que están instalados los sectores más reaccionarios del país. Las amenazas y ataques a la institucionalidad democrática, a la reforma fiscal y a las políticas de beneficio para los sectores marginados no son casualidad. Hay gente interesada —y mucho— en que Guatemala siga apareciendo en todos los récords de catástrofes y calamidades. A ellos les viene muy bien preservar el estado actual de las cosas
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